Es muy difícil para alguien que tiene una deuda que rebasa sus capacidades financieras salir a corto plazo de las mismas.
Se requiere, más que voluntad para pagar, establecer una serie de procedimientos de ajuste de gasto para enfrentarlas.
No es posible pensar en la deuda destinándole un cierto porcentaje en forma permanente para pago, cuando apenas se alcanzan a cubrir los intereses y la deuda continua creciendo, pero además, cuando se echa mano de otros mecanismos financieros hasta llevar la deuda al infinito, esto es, a esquemas que la convierten en impagable.
Es cierto que estos mecanismos forman parte de los métodos que las personas físicas y morales asumen para enfrentar sus pasivos, sin embargo, la situación toma tintes dramáticos cuando se trata de una deuda de un gobierno, que debe enfrentar sus responsabilidades cotidianas de gobernabilidad sin menoscabo de cumplir con sus obligaciones financieras.
Es el caso de México.
Actualmente, solo pensando en la deuda interna, nuestro país debe, a través de diversos instrumentos, como Tesobonos, Cetes, Bondes, Ajustabonos y a finales de los noventas, Udibonos, algo así como dos billones 782 mil 303 millones de pesos, datos dados a conocer por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
Para darnos una idea de la magnitud del problema, el presupuesto autorizado por el Congreso de la Unión para el próximo año es del orden de los 3 billones 176 mil millones de pesos, apenas unos quinientos mil millones de pesos más que el monto de la deuda interna. De la deuda externa ni hablamos.
No sería extraño que de pronto nos encontráramos con el problema financiero que provoco la primera gran crisis de nuestro país en 1982, cuando el gobierno mexicano no pudo enfrentar los pagos de sus compromisos contraídos a través de la deuda interna.
Y no sería extraño, ya que la deuda interna creció en el gobierno de Felipe Calderón algo así como un 63 por ciento, con lo cual se evidencia que es el instrumento de gobernabilidad que ha sido utilizado, como un mecanismo que permita enfrentar el compromiso con la deuda externa.
Probablemente el fondo es que se prefiere el endeudamiento interno para evitar comprometer la soberanía nacional, argumento poco creíble cuando quienes quieren los instrumentos son por lo general personas físicas y morales donde no se distinguen nacionalidades, y por lo mismo, existe un quebrantamiento de la independencia de nuestro país, aunque claro, bajo mecanismos que diversifican la deuda y por lo mismo, pluralizan las obligaciones.
Si bien es cierto, los gobiernos han tenido un manejo positivo de la deuda al mejorar el perfil de las amortizaciones, colocar exitosamente bonos del gobierno federal, alargar plazos, disminuir saldos, también tiene un lado negativo, el saldo es excesivo para las finanzas públicas, con un pago que compromete recursos que deberían usarse para paliar auténticamente la pobreza y sin políticas públicas que adelgacen el gobierno y enfrenten decididamente áreas ociosas e ineficientes.