Columna de análisis crítico

martes, 6 de octubre de 2015

Antinatural regulación


“Tiene razón el colega periodista J. Arnulfo Domínguez, Director General de Medios Estatales de la Coordinación de Comunicación Social de la Presidencia de la República: la ruta ineludible para fortalecer el estado democrático es el auténtico respeto a los medios de comunicación, refrendado en una alocución envidiable ante el Club Primera Plana de periodistas de la Ciudad de México. Enhorabuena”.

La libertad de expresión atraviesa por una ola de reglamentación, en ocasiones excesiva y asfixiante, hacia una actividad que debe ser libre, aún cuando implique aparentes violaciones a la intimidad o a la honra de los personajes públicos.

La libre discusión de los temas relevantes de una sociedad no puede estar sujeta a delicadezas de personas que han asumido posiciones que los colocan como líderes de opinión y cabeza de proyectos públicos, que por tal motivo deben estar comprendidos en la crítica mediática.

La crítica de los medios de comunicación es un referente que regula la actividad pública, evidencia excesos y controla los apetitos de poder: no debe ser regulada, so pena de construir una simulación que prohíja y perpetua autoritarismos y posiciones autarquicas de poder.

La libre expresión de las ideas, verdad de perogrullo, va de la mano de la transparencia y la rendición de cuentas: un ejercicio de libertad de pensamiento que choca contra una cultura de impunidad, tiene dos rutas: o se agudiza hasta lograr la sensibilidad para la sanción o bien, se rebela hasta la anarquía, o cae en la sumisión.

Me parece que el camino indicado es el in crescendo: subir los decibeles de la manifestación hasta lograr el objetivo.

Esta posibilidad de acción se convierte, al mismo tiempo, en expresión pública de descontento y desconcierto, y en crítica del derrotero público seguido, válvula de escape social, necesario, indetenible, elemento fundamental de gobernanza, que no de gobernabilidad.

Por ello, asiste verdad a las palabras del libertador de América, Simón Bolívar, cuando alerta: “el derecho de expresar pensamiento y opinión de palabra por escrito o de cualquier otro modo, es el primero y mas inestimable don de la naturaleza. Ni aún la misma ley podrá jamás prohibirlo”.

Difícil no coincidir. La naturaleza siempre encuentra su cauce. Por más que la mano del hombre, bajo una filosofía o pensamiento pragmático, intente detener el cauce de un río, éste habrá de recuperarlo. Tarde que temprano lo hará, gracias a la mano del hombre o sin ella, porque no existe nada más perenne que la voluntad de la naturaleza.

La naturaleza del hombre es la libertad. Y parte de esa libertad inestimable es la expresión, la voz retratada en el glifo maya de la palabra.

Es cierto, la libertad de expresión, como todas las libertades, deben ser acotadas en aras del interés comunitario, comunal, la sobrevivencia del grupo, pero solo en extraordinarias situaciones. Es la excepción y no la regla.

El camino no es la regulación legal de los medios de comunicación, y la libre expresión de las ideas: el camino es la autorregulación, la ampliación de los espacios de crítica y de discusión: de un auténtico forum de debate, con los riesgos que ello implique: que los intereses jueguen, con un Estado rector y no jugador en una relación de supra-subordinación: que juegue con las mismas reglas que todos los jugadores, sujeto a reglas que lo coloquen en el mismo nivel de competencia comunicativa, con una fuerte y auténtica comunicación de Estado, que no de gobierno: la primera plural, protectora, subsidiaria, tolerante, de largo aliento la segunda, necesariamente singular, coyuntural y sectaria por su misma naturaleza: la conservación del poder.