Columna de análisis crítico

lunes, 21 de febrero de 2011

Confianza socavada

Los partidos políticos constituyen la base elemental de la democracia, porque representan los diversos intereses y posicionamientos ideológicos de la sociedad.
Lo ideal es que los partidos contiendan por sí mismos en los comicios, llevando su propuesta al electorado en busca de la ratificación en las urnas.
Ante la alta competencia electoral, los partidos optan por las alianzas, buscando aprovechar sus simetrías políticas con otras instituciones, conformando una mayoría útil, con un mismo programa de gobierno.
Cuando existen diferencias políticas, las alianzas se constituyen en un simple juego de poder en busca de generar mayorías superficiales sin planes de gobierno de fondo. Esto ocurrió el año pasado en Sinaloa, Puebla y Oaxaca, donde será el mérito de los gobernantes el que encuentre la solución al intrincado compromiso de brindar soluciones a la población.
Esto es muy complicado, sino imposible.
Esto lo sabe Andrés Manuel López Obrador, que acaba de utilizar un recurso inexistente en los estatutos perredistas para tomar distancia de las decisiones adoptadas por el Partido de la Revolución Democrática, al decidir una consulta en torno a una alianza con el PAN en el Estado de México.
Sabe el político tabasqueño que las diferencias en materia política, económica y social entre ambas instituciones son irreconciliables, y que cualquier argumento a favor solo es un intento de justificación pragmática para hacerse del poder.
La diferencia fundamental es la construcción de una sociedad más justa y equilibrada, sin el abuso del sistema neoliberal, que arroja a los pueblos al consumismo en una vorágine económica de pobreza y marginación, en una moderna esclavitud con cadenas invisibles construidas desde los centros económicos y financieros mundiales en Londres y Nueva York.
“El Peje” tiene conocimiento de que los estatutos de su partido no reconocen la licencia temporal; sabe que se trata de una argucia para manifestar su inconformidad ante la decisión central, que será apoyada seguramente con un sí en una alianza que no tiene proyecto más que sacar al PRI del gobierno, y que en la práctica es un refrendo de intereses del gran capital.
No hay en la realidad una lucha ideológica entre las instituciones políticas: Felipe Calderón ha desfigurado ideológicamente al PAN; lo mismo está haciendo Jesús Ortega en una estrategia de acompañamiento con Marcelo Ebrard, quien encarna anticipadamente la candidatura presidencial perredista en el 2012, desplazando al tabasqueño, y haciendo negocio con las grandes empresas de la nación.
No cabe duda que estas instituciones políticas dan muestras una vez más de una incongruencia que socava la confianza y voluntad popular en los comicios, que no construye ciudadanía, sino decisiones coyunturales, volátiles, construidas sobre la nada.