Durante
algún tiempo, la segunda mitad del siglo pasado y lo que va del presente, se ha
insistido en que son los medios de comunicación masiva los que determinan o
condicionan la agenda pública, y que por tanto, el colectivo y el poder
público, están sujetos a un moderno y tiránico poder fáctico.
Esta
opinión está sustentada en una independencia de los medios de comunicación
frente al poder público establecido y a los poderes fácticos existentes; medios
de comunicación masiva que obedecen al interés puro de la información como
mecanismo de contrapeso político en una democracia; medios de contenido plural
y critico que desnudan la realidad y la hacen visible a los ojos de la
comunidad. Este es el ideal.
En
la realidad, dentro de esos medios de comunicación existen los que coinciden
con la facción política en el poder y se convierten en propagadores de sus
éxitos y defensores de sus fracasos, así como los hay quienes, coincidentes con
otras formas de pensar y hacer, practican una crítica per se y a priori, que
obedece a su ubicación coyuntural en el espectro político. Los hay también,
quienes desde una visión de responsabilidad asumen una posición ideal, de
defensa de principios, más que de personas o regímenes.
Estos
diversos y en ocasiones contrapuestos sistemas de comunicación son útiles para
la conformación de la opinión pública, que al final, en el balance de un
razonamiento de los posicionamientos, y sobre todo, de los hechos, discierne y
genera juicio: separa la defensa a ultranza, irracional, así como el ataque
desmedido y sin fundamento, de la crítica y autocrítica necesaria e
indispensable en la evaluación de la actuación pública.
Esta
opinión pública, razonada, permea a la colectividad y genera opinión amplia. El
sol no puede ocultarse con un dedo. El desastre en la conducción de la cosa
pública provoca rechazo y pérdida de simpatías, hasta llegar al irreductible
del voto duro y militante.
Por
ello, asegurar que los medios de comunicación han provocado la caída de la
popularidad del Presidente de la
República , es un desatino. La divulgación de los hechos
lamentables ocurridos desde Tlatlaya hasta Cocula, pasando por la
Casa Blanca , obvio que influye, pero no es
determinante: son los hechos los que forman opinión, no la divulgación de los
mismos.
Hoy
Enrique Peña Nieto se enfrenta a una caída considerable del nivel de
aprobación. Dos estudios recientes así lo demuestran, practicados por dos
diarios de circulación nacional, Milenio y Universal.
Se
han incrementado los negativos (67%) frente a los positivos (49%), la
aprobación (41%) frente a la desaprobación (50%). Pero no solo ello, si la
gente antes tenia confianza en el Presidente ahora no la tiene (64%), pero
tampoco lo ven cercano (62%), ni capaz de resolver los problemas (62%) y menos
que cumple sus compromisos (65%).
Existe
una grave crisis de presencia que el mandatario tiene que enfrentar aún antes
de llegar a la mitad de la administración, apenas al cumplir dos años, ante un
retraso del tránsito del discurso al aterrizaje del cambio estructural,
particularmente en la economía de bolsillo y en la inseguridad, pero aún más,
en la sensación de que no se esta atendiendo adecuadamente el grave problema de
corrupción pública, develado por la criminal complicidad del exalcalde de
Iguala con un grupo de narcotraficantes.
El
Presidente perdió una oportunidad valiosa al generar expectativa de auténticas
medidas correctivas, más en la política real, que en la ideal legislativa, que
no aterriza ni resuelve, y solo traslada el problema hacia el futuro, con sus
diez medidas discursivas, alejadas de la realidad de lo que acontece en el
país, donde lo que abundan son leyes y lo que falta es su aplicación, pero
además por el delicado centralismo que subyace en ellas.
Si
se agrega el grave déficit público provocado por la caída en el precio del
petróleo, la ausencia de crecimiento para este y el próximo año, el aumento de la deuda pública y el gasto
corriente, se encuentra frente a verdaderos problemas de gobernabilidad, cuyo
causante no son los medios de comunicación, que solo amplifican –y en no pocas
ocasionan agudizan, focalizan y/o ¿distorsionan? los ya de por sí graves
problemas- sino las erráticas medidas auspiciadas desde una visión de política
pública que nada tiene de eficiencia y eficacia, con severos lunares de
ausencia de honestidad auspiciados por una impunidad que debe ser eliminada de
raíz.