Columna de análisis crítico

martes, 11 de diciembre de 2012

Normalidad democrática

Los recientes hechos ocurridos el pasado primero de diciembre constituyen un exceso al uso de la libertad de expresión por parte de grupos radicales que al final buscaban una doble afectación, empañar la toma de posesión presidencial y evidenciar la lucha intestina, con una izquierda moderada que se fortalece en la persona de Marcelo Ebrard y su sucesor Miguel Ángel Mancera, en una línea de negociación y consenso que ha alcanzado al mismo Partido de la Revolución Democrática, cuyo líder ha aparecido, en menos de quince días, al lado de las otras fuerzas, en eventos encabezados por el nuevo titular del ejecutivo federal. Es difícil justificar bajo la premisa de la libre asociación y libre manifestación de las ideas las acciones protagonizadas por jóvenes embozados, armados con bombas molotov y artefactos caseros que lanzaban clavos como proyectiles; lamentablemente, la autoridad poco pudo hacer frente a ellos, mas que contenerlos, ya que no pudieron ser detenidos, salvo trece que están siendo procesados y 54 que tuvieron que ser liberados ante la falta de pruebas, en una evidencia de falta de preparación policial y un deficiente trabajo del ministerio público que consignó sin contar con elementos suficientes de prueba. Se trató por parte del grupo radical de evidenciar los abusos de la autoridad federal el mismo día de la toma de posesión presidencial, pero la prevención de instalar cercos los contuvo y provocó la ausencia de choque en la zona de San Lazaro, obligándolos, ante la impotencia del contingente agresor, a trasladarse a Juárez y Reforma, enfrentándose a la policía capitalina, aún bajo las órdenes de Marcelo Ebrard. De haber cedido a las presiones para retirar las vallas de seguridad en el área de San Lazaro, probablemente otro hubiera sido el escenario. Es evidente: se trató de reventar por fuera y por dentro la sesión solemne de toma de protesta: por fuera los grupos autodenominados anarquistas y por dentro, la diputación que se alejó del pacto de civilidad e intentó la toma de tribuna, sin éxito, ante una estrategia diseñada con macetones resguardados por decenas de diputadas priístas. Las acciones de beligerancia emprendidas por los grupos anarquistas terminaron por provocar la primera crisis en el gobierno de Miguel Ángel Mancera, en una campaña mediática nacional orquestada para evidenciar la falta de preparación de los elementos policiacos, que habrían cometido abusos en contra de ciudadanos inocentes detenidos y recluidos en Santa Martha Acatitla: ironía: los grupos de protesta terminaron violentamente enfrentados con policía comandada por un gobernante de izquierda. No cabe duda que hay corrientes radicales que están en contra del consenso y civilidad con que se han conducido tanto Ebrard y Mancera, no solo con la nueva administración, sino con la anterior, con la cual predominó una relación de sana distancia y respeto institucional. Ahora esos grupos mascullan la decisión política del líder nacional del Partido de la Revolución Democrática de honrar su palabra empeñada durante la firma del Pacto por México y aparecer de nueva cuenta al lado de Gustavo Madero, Cristina Diaz y el Presidente Peña Nieto, para la presentación del proyecto de reforma educativa, en un camino de normalidad democrática: discusión plural, disenso natural y al final consenso, entendiendo que no hay mayorías absolutas, sino relativas, y que por tanto los acuerdos son obligados, en una negociación donde todos los actores son tomados en cuenta y al final la colectividad es beneficiada mediante acciones de gobierno surgidas del crisol variopinto de la pluralidad.