El control de la programación de la televisión a través de los horarios, es uno de los mecanismos que a nivel internacional se han utilizado para proteger la salud psicológica, emocional y el desarrollo de los niños y jóvenes. Otros controles lo son la intervención directa de los padres de familia cuidando el uso de la televisión, incluso con el apoyo de la tecnología con chip's inteligentes adheridos a los televisores como ocurre en la unión americana desde hace casi veinte años.
En México, aunque el sistema es de obligatoriedad legal desde hace más de cuarenta años, poco resultado ha tenido debido a la laxitud con que se ha manejado el aparato gubernamental responsable de controlar los contenidos y sus horarios, faltando al objetivo de cuidar la formación integral de la niñez.
Las recientes reformas a la ley en materia de radio y televisión, particularmente con la creación de un Instituto Federal de Telecomunicaciones como supervisor de este control y la vigilancia de la secretaría de gobernación, más el recién creado defensor de audiencia, son mecanismos que deben entenderse en el objetivo de reforzar el cuidado en la programación que observan los niños y jóvenes, por las graves consecuencias que una exposición continua a escenas de violencia e imágenes y lenguaje sexual puede provocar en su desarrollo.
En un estudio elaborado por la Universidad de Granada (Fernandez, F.) con motivo del primer congreso de ética en los contenidos de medios efectuado en el 2001, se patentizan estos efectos de la televisión en niños y jóvenes: comportamiento violento, sadismo y curiosidad, elevar el control de la tolerancia a la violencia y potenciar la agresividad, con lo cual se influye fuertemente en la conducta, no se diga el efecto de provocar una preeminencia de la imagen sobre el lenguaje oral con menoscabo en la construcción de una necesaria capacidad de análisis.
Los niños, refiere el estudio, dejan de jugar, interactuar, hacen menos deporte y, cuando son menores de siete años, se agrava el efecto porque a esa edad no existe aún la capacidad de separar la fantasía de la realidad. Las consecuencias, como se observa, han sido desastrosas. La ola de violencia que ha vivido el país en la última década es consecuencia de la malformación de niños y jóvenes presa fácil de la delincuencia organizada, virtud a la distorsión de valores como la solidaridad, respeto, tolerancia, que hoy son tutelados por la Constitución General de la República, pero que lamentablemente son letra muerta.
Las cadenas de televisión, de transmisión abierta y cerrada, programan contenidos de tipo violento, imágenes con algún grado o tonalidad sexual, y lenguaje inapropiado que distorsiona valores comunes en la sociedad mexicana, sin que exista una intervención decidida por parte de la autoridad responsable de controlar contenidos, bajo la responsabilidad de un órgano del estado.
Es cierto. No todo es responsabilidad de gobierno. Los padres de familia tienen intervención en aplicar soluciones. Para empezar la vigilancia de sus hijos. Sin embargo, una sociedad neoliberal consumista exige de los padres de familia -en su gran mayoría- su incorporación al mercado productivo para completar el gasto que representa un hogar. Luego entonces la televisión, sin control, asume el papel de educador.
Otros países han tomado decisiones firmes, con la colaboración de las televisoras. En la década de los noventas, en España, gobierno y concesionarios de televisión firmaron un convenio de ética de contenidos, para reforzar la protección de la niñez en ciertos horarios. Es necesario que México dé un paso en ese sentido.
De otra forma, las adecuaciones al marco legal, particularmente los artículos 211, 212, 221 y 251 fracción V, del proyecto aún no autorizado por los diputados federales como cámara revisora, podría no conducir a lograr su objetivo, que es tutelar la formación adecuada de la niñez mexicana y su futura integración a la sociedad como buenos ciudadanos.