Columna de análisis crítico

martes, 15 de diciembre de 2009

Bonitas declaraciones

El flamante gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, se estrenó con declaraciones que confirman el papel que habrá de desempeñar al frente de tan importante función.
Las afirmaciones apuntan, textual, que “sin menoscabo de sus funciones en política monetaria y sin poner en riesgo su autonomía, el Banco de México debe sumarse de forma decidida al desarrollo económico del país a través de una mayor coordinación y colaboración con la Secretaría de Hacienda, aprovechando al máximo las instancias que a propósito prevé la propia ley del instituto central”.
Porque, dice, desde su perspectiva, “el hecho de que el Banco se sume de forma decidida al desarrollo financiero nacional es imperativo porque en su situación actual es como un avión de cuatro motores”.
¿A qué se refiere el señor gobernador del Banco de México?, nos preguntamos todos los mexicanos, porque en ningún momento aclaró cómo desarrollar esa coordinación con la secretaria de hacienda sin menoscabo de su autonomía.
Pero además, parece que el señor gobernador carece de memoria histórica, porque el banco de México ha sufrido una evolución que le ha permitido estar al resguardo de los intereses políticos coyunturales del jefe del ejecutivo en turno. Se le podrán criticar muchos desplantes a Guillermo Ortiz, pero su independencia es uno de los elementos que generaron confianza a nivel internacional.
Ahora, de un plumazo, de facto, Carstens abandona el papel autónomo del banco central para ubicarse, una vez más, como ocurrió muchas veces en el pasado, en la nómina de oficinas, dependencias, simples estanquillos del poder ejecutivo federal.
El problema central entre Guillermo Ortiz, recordemos, fue precisamente lo que Calderón denominó falta de coordinación, pero que en términos llanos se refiere a la ausencia de sumisión del Banco de México a las políticas económicas y financieras de su gobierno.
Es cierto, los bancos centrales juegan un papel clave en el desarrollo de los modernos estados, pero no en el papel simplón del órgano irresponsable y benefactor de la economía, que imprime circulante sin ton ni son, provocando severas crisis económicas.
Tampoco es su papel modificar la estrategia en materia de tasas de interés, solo por el interés político del momento, porque a alguien se le ocurre que esa podría ser una estrategia para impulsar el desarrollo.
Las decisiones del Banco Central deben estar basadas en estudios objetivos, sin populismo, porque en sus manos se encuentra la estabilidad económica del país. Ojalá Don Agustín Carstens piense de esta manera.