Columna de análisis crítico

martes, 31 de mayo de 2016

Una comunicación social fallida


"En tres reuniones escuche a Enrique Serrano. En todas ellas se comprometió, ante los diversos planteamientos, a impulsar una necesaria e indispensable agenda que fortalezca el papel de los medios de comunicación y periodistas, con pleno respeto, sin distingos ni favoritismos. Enhorabuena".

Las próximas elecciones a celebrarse el domingo cinco de junio son momento propicio para cuestionar el modelo de comunicación social electoral como un instrumento que coarta la libertad de expresión y fortalece el sistema hegemónico de partidos, y hoy, lamentablemente, de candidatos independientes.

Es cierto que el actual formato de comunicación social es producto de un proceso histórico inacabado, que arranca con las reformas de los setentas -diputados de representación proporcional-, los noventas -creación del organo autonomo administrativo y creación de los organismos jurisdiccionales-, dos mil -radio y televisión- y dos mil diez -candidatos independientes-.

Proceso histórico donde el sistema electoral se transforma, hasta el momento de propiciar una real competencia electoral. Y con ese espíritu,  se piensa en un mecanismo de comunicación social espotizado que elimina cualquier vestigio de crítica entre partidos y candidatos, en la completa ausencia ciudadana: una reacción al 2006 de Coparmex y su campaña del peligro para México.

El sistema de comunicación social resulta inacabado y por ello perfectible: no puede ser modelo de comunicación aquel que restringe la posibilidad a un ciudadano de contratar publicidad para apoyar o criticar a un candidato, partido u opción política, al grado de considerar que sus manifestaciones, a  favor o en contra, resultan una falta incluso de tipo penal: ley mordaza que ahuyenta la discusión de los asuntos públicos.

Al contrario, el alto nivel de competencia política que México vive, exige un nuevo modelo de comunicación, donde los candidatos y partidos hagan uso libre de la tribuna -con las limitaciones normales y excepciones que marca la Constitución-. Un modelo, donde se elimine la espotización, comunicación de cliché que trata al elector como un cliente pasivo que compra un producto mercadológico, con base en promesas falsas o estimulos emocionales.

Debe transitarse a un esquema donde los partidos salgan a la calle a generar base social, principal soporte de sus propuestas políticas, y donde los medios de comunicación electrónicos, concesiones de Estado, abran sus espacios para la discusión de los asuntos políticos, eliminando el modelo de espotización: que exista una auténtica comunicación de proyecto e ideología.

De esta manera, dejaría de fomentarse el partidismo satélite que goza de los privilegios del sistema político basados en la ausencia de una real estructuración como opción política, y que solo captan los sufragios que la magia de la comunicación les proporciona, y que se premia con diputaciones de representación proporcional y financiamiento público.

Los partidos evolucionarían a una real estructura social, que fortalecería el sistema de organización poltica de los ciudadanos, base fundamental de la democracia. En este escenario, los partidos capacitan a sus militantes en su posición ideológica y programa de gobierno: tendrían que estar cerca de ellos de manera permanente, y no ausentes, y a la distancia, como ocurre hoy en día, que la clase privilegiada de los partidos políticos se encuentra, desafortunadamente, desconectada de la realidad social.