Detener el calentamiento global, es cierto, es cuestión de resolver los grandes intereses económicos en pugna.
Pero también tiene que ver con políticas públicas de corto, mediano y largo alcance, que efectivamente, refieren a la canalización de suficientes recursos económicos.
Dentro de esas políticas públicas se encuentran primordialmente acciones de concientización, organización y movilización de la conciencia ciudadana.
Sin la participación social, las políticas públicas caerán en el vacío y se agotarán ante la indiferencia ciudadana.
Lo delicado es que acciones aisladas por parte de los continentes o de los países de poco sirven, cuando la aldea global plantea la realidad de una irremediable inter-dependencia
Como se observa, no es nada fácil para el concierto internacional y las naciones en particular, lograr acciones concretas, como se demostró recientemente, con el fracaso de la firma de una ampliación del Protocolo de Kioto, ante la persistente negativa de los principales generadores de gases contaminantes por establecer compromisos concretos en su disminución.
No nos hemos dado cabal cuenta de la importancia de adoptar medidas drásticas. Incluso muchos demostramos desconocimiento pleno del tema y por lo tanto una gran apatía.
Por eso, independientemente de la obligación que tienen los Estados de propiciar inversión en la modernización de los sistema de transporte, virando hacia el uso de combustibles orgánicos o al menos no contaminantes –como la electricidad- y el impulso a través de incentivos fiscales para que las grandes empresas hagan lo propio en sus esquemas de producción y traslado de mercancías, no debe olvidarse la parte social.
En Europa la sociedad civil organizada presiona al sector público y privado para que dichas políticas públicas se concreten, pero además, ejerce una auto-censura social ciudadana para, en la práctica cotidiana, asumir posiciones congruentes con la protección al medio ambiente.
El ciudadano común puede hacer mucho por reducir los gases contaminantes, para empezar con el uso de vehículos. Japón, Estados Unidos, Argentina, la misma ciudad de México, son ejemplo de modernización en el transporte colectivo. El incentivo es la rapidez y la economía en el traslado diario de las personas en las moles urbanas.
Curiosamente, mientras las naciones migran hacia la utilización de automotores de menor cilindraje, en México la compra de vehículos de gran calado continúa imbatible, pese a factores como la economía –por su alto consumo de gasolina- y la seguridad.
Los ciudadanos tenemos la palabra empezando en casa. Presionemos las acciones que deben desarrollarse desde el ámbito gubernamental y privado, pero asumamos la responsabilidad que nos toca.