Marcelo Ebrard Casaubón, el jefe de gobierno del Distrito Federal, se desmarca de su último padrino político, Andrés Manuel López Obrador, y se coloca como la figura central de una eventual alianza con el Partido Acción Nacional, en una jugada magistralmente planeada que incluye no solo la reconciliación con Felipe Calderón, sino el reconocimiento público a las acciones federales contra el crimen organizado.
Desde su llegada al poder, Marcelo marcó una línea de distancia con el gobierno federal, congruente con la postura asumida por Andrés Manuel López. Asumió una decisión de no compartir estrado con el presidente Calderón, y ante situaciones inevitables, evitar saludos.
Con Andrés Manuel comparte no solo el pensamiento de izquierda y la posición en grupo en el Partido de la Revolución Democrática, sino también el agradecimiento: el entonces jefe de gobierno lo salvó de un linchamiento político cuando varios policías fueron asesinados por una turba en Tlahuac, cuando Marcelo era el jefe de seguridad pública, y fue destituido por Vicente Fox Quezada.
Perteneciente a la clase política radical del perredismo -con pasado inmediato en administraciones priístas bajo la tutela de Manuel Camacho Solís- Marcelo poco a poco fue suavizando su manejo desde la administración de la capital del país, cobijado por un presupuesto total autorizado para el presente ejercicio fiscal del 2011 de 137 mil millones de pesos, de los cuales, poco más de un tercio ejerce en sus dependencias centrales por un monto de 39 mil millones de pesos.
El último y definitivo desmarque con el político tabasqueño fueron las elecciones en el Estado de México, donde sus posturas se encontraron. Marcelo apostaba a una alianza con candidatura común o en último caso una coalición con el Partido Acción Nacional, Andrés Manuel se oponía, se opuso hasta el final, al grado de echar abajo una consulta popular que otorgó el “Sí”.
Era obvio que Marcelo jugo magistral: levantó primero la mano a Alejandro Encinas como candidato, en un madruguete operado en un céntrico y lujoso hotel de la ciudad de México, porque sabía que electoralmente Encinas no tenía nada que hacer: apostaba a una candidatura panista, que le posibilitara una negociación en 2012, en una alianza amplia, con un perredista, él, a la cabeza, sin importar que ocurriera en las elecciones mexiquenses.
La jugada cuajó, no como lo había planeado, pero fructificó: Andrés Manuel es señalado como responsable de la derrota del PAN-PRD y él avanza en una reconciliación con Felipe Calderón, que dejó ver esta semana, cuando en su calidad de Presidente de la Convención Nacional de Gobernadores, saludó de mano al jefe de gobierno federal y posteriormente, en conferencia de prensa, no tuvo empacho en reconocer las acciones de Calderón en la lucha contra el crimen organizado.
El jefe del gobierno capitalino se presenta como la carta fuerte de una eventual alianza PRD-PAN, por encima de los candidatos forzados que el presidente Calderón ha empezado a placear, encabezados por el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, con todo lo que esto representa, en una pugna interna donde los grupos se polarizarán y dividirán, en una reedición de las elecciones mexiquenses.
Es muy complicado que Marcelo avance en la candidatura, no por él, que ha sido hábil, sino porque la decisión será al final de los órganos de gobierno partidistas, donde los grupos presionarán, obvio, porque su candidato sea perredista o panista, luego porque –de ceder- no existe ningún mecanismo que obligue al cumplimiento de compromisos en la ejecución de una plataforma política conjunta y menos en la distribución de carteras en el gabinete, y tercero, porque lo que menos necesita el país es una administración dividida, en disputa permanente, propiciando la ingobernabilidad y olvidándose de resolver los problemas urgentes que los mexicanos enfrentan.