En principio, la liberación de Diego Fernández de Cevallos debe alegrar a los mexicanos. Se trata del regreso con vida de una víctima de secuestro.
Sin embargo, su desaparición, cautiverio y liberación, lo sabe bien el político panista, representan una muestra más del fracaso de la lucha que Felipe Calderón despliega contra el crimen organizado.
Tiene razón el ex candidato presidencial albiazul, él debiera en teoría ser sólo una víctima más, pero no lo es así: representa a la clase política dirigente del país y forma parte de los grupos económicos que se ubican en la cúspide social en el país.
Por tanto, su caso es emblemático: nada pudieron hacer su poder político y económico para evitar el secuestro; también poco o nada pudo hacer el Estado para enfrentar una solución a la privación de la libertad de la cual fue sujeto, más que la omisión en las investigaciones.
Al final, el exitoso abogado fue liberado en un marco misterioso que oculta fecha, lugares, situaciones, montos, que seguramente jamás conoceremos: al momento, si de especular se trata, hay dos posibilidades, que haya sido liberado mediante el pago de un cuantioso rescate y una negociación cuidadosa, o bien, que haya ocurrido un operativo armado, concertado y operado sigilosamente desde la oscuridad.
Lo cierto es que su aparición mediática fue cuidadosamente articulada: el abogado apareció cuando quiso y como quiso. Marcó la agenda y secuestró no solo a la opinión pública, sino a su mismo partido, donde los débiles aspirantes ya vieron un nuevo rival, rejuvenecido políticamente.
Pensar en que todo fue una fabricación para crear un candidato presidencial sería construir una posibilidad perversa. La sociedad mexicana no se merece algo así. Pero no sería extraño. Se juegan seis años de gobierno federal, el PAN no tiene candidato, sus aspirantes están por debajo de sus contrincantes, la dirigencia nacional y la presidencia están en un momento de distanciamiento y desgaste; el presidente Calderón carga con el declive de su administración, sin encontrar soluciones a los problemas de fondo de la pobreza y la inseguridad.
El secuestro y liberación de un hombre de la clase política lo convierte en víctima del estado actual de cosas, pero además, lo hace director de su propio destino ante el fracaso institucional federal, lo muestra como un hombre que no se echó para atrás, sacó la casta y resolvió. Esta es la imagen que se está vendiendo.
Diego al decir simple y llanamente que no le interesa la Presidencia abona a la construcción colectiva de esta imagen, cuando perdona a sus captores, agradece solidaridad, dice que hay mucho que hacer por México, juega a la política, utilizando como catapulta su situación de desgracia.
Dirán que no es su intención hacerlo. Probablemente es así y el abogado sólo reacciona ante las circunstancias. Los hechos demuestran otra cosa.