Columna de análisis crítico

lunes, 29 de noviembre de 2010

Alejado de la realidad

El domingo, en horario inhábil, el presidente Calderón encabezó un evento partidista para conmemorar diez años del panismo en la cabeza del Ejecutivo Federal, así como cuatro años de su administración.
En su discurso hizo señalamientos con un alto contenido subjetivo y parcial. Lo hizo en términos generales, acusó y señaló sin establecer expresamente destinatarios.
Habló de un pasado autoritario, omiso y corrupto que no debe regresar.
Dijo, desde el púlpito presidencial, que en su administración campean el estado de derecho y la democracia.
Que alejado esta el señor presidente de la realidad.
Hoy más que nunca el poder presidencial se ha convertido en omnímodo: desde ahí se construye el panismo nacional: se modifican estructuras, se aniquilan y crean liderazgos.
La dirigencia nacional termina por convertirse en una extensión del poder ejecutivo federal: ni sana distancia ni respetuosa cercanía: la institucionalidad, otrora criticada, se convierte en actitud obsequiosa, no cómplice, sino sumisa del dictado presidencial.
El sistema político se pervierte con alianzas que deterioran la gobernabilidad y que no generan claridad en las políticas públicas de administraciones construidas con plataformas ideológicas encontradas, bajo la lógica de la obtención del poder para desplazar al contrincante electoral.
Así, la democracia se convierte en un instrumento de aniquilación electoral: cuando debiera ser tolerante, la democracia encuentra sustento en la intolerancia.
En lo económico, la administración pública federal ha seguido los dictados neoliberales, ahondando la brecha entre los que más tienen con los que menos tienen. Se salvan los programas basados en instituciones que no son de su creación, sino que están basados en el principio de justicia social, cuya denominación no usa, pero que le provee a los mexicanos de un mínimo de estado con filosofía social.
Para colmo, la ineficiencia ha provocado que el problema de inseguridad se salga de las manos y que en un esfuerzo aparente de federalismo, desde el centro se envíen responsabilidades a los estados y municipios, acompañados del discurso solidario de que desde la presidencia se continuará apoyando la lucha contra el crimen organizado, cuando de origen es su responsabilidad.
El Estado de Derecho se lastima profundamente cuando se aprehende a decenas de funcionarios públicos en Michoacán que varios meses después son liberados, con el consecuente daño, no solo a los individuos, sino a la sociedad que ve trastocada su tranquilidad y confianza en el poder público: lo ve caprichoso y voluntarioso.
Hace mal el presidente al hablar del pasado, porque cuando trata de explicar pareciera que hace un análisis del presente, específicamente de su gobierno: un presidente con discurso electorero que trata de obtener votos en lugar de gobernar para todos los mexicanos: que es intolerante y busca aplastar al oponente: que asume una postura mesiánica desde la primera magistratura del país que no construye, divide y enfrenta, provoca ingobernabilidad.
Un presidente, que sin darse cuenta, reproduce vicios del pasado, y de que, en este contexto, contrario a lo que afirma, debilita y cimbra el sistema político, en perjuicio de todos los mexicanos.