Es muy común que el poder público busque mecanismos sutiles, cuando no directos, para atosigar a la prensa.
Por eso nos resulta muy sospechoso que la colega Gabriela Gallegos, líder periodista en Durango, haya sufrido un robo en su casa, de donde fueron sustraídos equipos de distinta naturaleza que ella utiliza para realizar su trabajo.
Manos oscuras se llevaron la computadora, unas cámaras de video y su aparato celular, en un asunto que por supuesto nos inquieta, porque había objetos de valor en la misma habitación que no fueron tocados.
No deseo acusar a nadie en particular, pero las circunstancias del robo son extrañas. Hay que ser serios en el asunto. Esperamos que se trate de un simple hurto, como los que abundan en un México donde la tranquilidad se ha perdido, y que no existe ningún móvil detrás para acallar la libre expresión de las ideas.
Ya existe una averiguación previa en la procuraduría de justicia de aquella entidad. Debemos, en principio, tener confianza en que las indagatorias llegaran a buen puerto y finalmente habrá de aclararse la situación.
De las circunstancias del hecho son de todos conocidas: Gabriela Gallegos en su calidad de líder del periodismo realizó declaraciones fuertes en relación con el asesinato del colega Vladimir Antuna, con lo cual suman cuatro los compañeros que han muerto en 2009 en Durango.
¿Quién es el responsable de esas muertes?
No lo sabemos. Será responsabilidad de la autoridad estatal o federal, según sea el caso, determinarlo, así como el móvil del mismo, sea cual sea.
La responsabilidad del gremio periodístico es salir en defensa de los colegas exigiendo justicia y que las investigaciones deslinden culpas.
A esas investigaciones, con los señalamientos que ya ha hecho la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, habremos de atenernos: en ese sentido, esperamos expedientes pulcros, testigos entrevistados, hipótesis auscultadas, esto es, profesionalismo en las investigaciones, y no omisiones criminales que alientan la impunidad y el crimen.
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