Morena ha encontrado el modus operandi, para gobernar, creando las bases de un estado autoritario, que no admite disenso, al muy tropicalizado estilo bolchevique, copia de lo existente en Cuba o Venezuela.
Acaba de celebrar reunión el Tribunal Electoral en Bolivia, encuentro en el que los partidos políticos -la mayoria comparsa del régimen- acordaron en la mesa la suspensión de las elecciones ordinarias, para realizar en su lugar los comicios de selección de magistrados y jueces, y demás integrantes del poder judicial de aquel país.
Tal decisión inaudita para nosotros, es normalidad en un país, donde la democracia es un juego de manipulación desde el poder, con el fin de preservarlo. Ironicamente, para sellar su acuerdo, partidos y Tribunal firmaron la pomposamente llamada Declaración por la democracia, eufemismo que se explica solo.
Hacía allá va México, a convertirse en una Bolivia o en una Venezuela, en materia de democracia, lejos del sistema construido a lo largo de decadas, que precisamente le permitió a Morena vivir del presupuesto público desde su creación, y empezar a escalar posiciones de poder en entidades federativas como la ciudad de México o escaños en el poder legislativo.
Morena aprovechó las ventajas de un sistema democrático como el mexicano, que permite la libre creación de partidos, con financiamiento público para sus actividades ordinarias y de campaña, profesionalización de sus cuadros dirigentes. Son millones de pesos los que pasaron por la tesoreria de Morena y que terminaron en los bolsillos de quienes lo dirigían y lo dirigen.
La prevalencia del financiamiento público sobre el privado fue una exigencia de la oposición desde hace cincuenta años, para evitar que los candidatos fueran capturados por el dinero de los ricos del pueblo o los malosos; se construyo un andamiaje para revisar esos recursos económicos, y evitar esas influenzas que distorsionan la democracia, porque anteponen intereses particulares sobre los intereses comunes.
Pues ese financiamiento quiere desaparecerlo Morena, ya en el poder, junto con las diputaciones y senadurias plurinominales, a nivel federal y local, porque representan un gasto injustificado, cuando precisamente son eje toral del sistema democrático mexicano.
Esas dos figuras, financiamiento y plurinominales, permitió al partido comunista sobrevivir en el Partido Socialista Unificado de México, o el PRT, Partido Revolucionario de los Trabajadores, o cualquiera de sus derivados, incluido el Partido de la Revolución Democrática, y por supuesto a Morena. Con este financiamiento, acabó la visita de los líderes a mendigar a la secretaria de Gobernación de Manuel Bartlett -1982 a 1988-, por un mecanismo transparente que impulsa la divergencia política.
Ahora que Morena ostenta su calidad de partido hegemonico, en virtud del peculado electoral permanente, legalizado y constitucionalizado, es cuando cobran mayor relevancia, como mecanismo de control del exceso y abuso de poder, con el cual están conduciéndose Andres Manuel López Obrador y probablemente lo hará su sucesora, Claudia Sheinbaum.
El pueblo bueno y sabio no les dio el poder de reformar de raíz al país y sus instituciones largamente construidas, como es el caso de los plurinominales y el financiamiento público, con ocurrencias anarquicas e irresponsables.
No dudamos ni un momento, que habrá una reunión de partidos -convocados desde un INE y un TRIFE capturado por Morena- para firmar un Acuerdo por la democracia, para aplazar las elecciones constitucionales y legales, para poder realizar los comicios de ministros, magistrados y jueces, locura carente de cualquier lógica, más que la mañosa conservación del poder, a costa de la certidumbre económica y seguridad jurídica de los mexicanos. O bien, para en aras de la democracia, desaparecer los plurinominales y el financiamiento público.
Es la distracción a través de estas barbaridades, golpe mortal no solo a la democracia, sino al estilo de vida que aún tenemos, sin sustento ni utilidad, como Morena ha encontrado el modus operandi, para gobernar, creando las bases de un estado autoritario, que no admite disenso, al muy tropicalizado estilo bolchevique, copia de lo existente en Cuba o Venezuela.