Es difícil equivocarse si establecemos que la educación es uno de los caminos que deben recorrer las sociedades para desarrollarse.
Es decir, existe una íntima vinculación entre el desarrollo de cada país y el grado de esfuerzo educativo desplegado.
Esa vocación educativa, es cierto, no debe ser exclusiva del sector público, porque los particulares están llamados a generar diversas oportunidades que le están vedadas al ámbito gubernamental en por razones de suficiencia presupuestal y obstáculos naturales de una maquinaria burocrática.
Sin duda falta mucho por hacer no solo en términos de infraestructura y atención cuantitativa, sino también cualitativa.
En el ámbito nacional, en el ciclo escolar 2002-2003, a fin de cursos se registró una inscripción total en educación básica de 24.9 millones de alumnos. El porcentaje de reprobación fue de 5.4% en primaria y 18.9% en secundaria: dos de cada diez estudiantes reprueban en educación media.
Esto no es nada: en Bachillerato el índice de reprobación reportado por Inegi en aquel lejano año fue de 39.2 por ciento, cuatro de cada diez alumnos.
Se insiste acerca de las fallas estructurales del sistema educativo. La presencia de un sindicato al cual se atribuyen resistencias para mejorar la calidad y la eficiencia.
También, hay verdad, falta mayor inversión federal de acuerdo a estándares internacionales donde se vincula el gasto en proporción al Producto Interno Bruto. Por ejemplo, México invierte el 5.3 del PIB contra un 14 por ciento en Cuba.
Sin embargo, concediendo la existencia de estas fallas del sistema educativo que son graves y afectan decididamente el aprovechamiento del alumno, porque generan saturación en las aulas, deficiencias en la ejecución de los programas, mal ambiente laboral para los docentes e inadecuada distribución salarial, el problema de la educación es de todos.
Nos decía un maestro, orientador de secundaria, que si antes el padre de familia y el maestro constituían el origen del ochenta por ciento de la información que recibía el alumno, ahora, las cosas se han invertido: el medio ambiente suministra ese ochenta por ciento y los padres y maestros han sido desdibujados del proceso educativo.
Por el lado de los padres de familia hay cada día menos atención a sus hijos virtud a las cargas de trabajo diario. Las relaciones familiares tienden también a ser un factor de afectación emocional hacia los hijos, que se ven sometidos continuamente a tensiones por el incremento de violencia en sus diferentes grados.
La solución al problema educativo esta en las políticas públicas macro, donde se requiere una reorientación financiera para hacer frente a la inversión necesaria; es necesario romper paradigmas y entrar auténticamente a la dinámica de calidad y eficiencia.
Empero, el padre de de familia tiene mucho que aportar, construyendo un entorno grato y confortable para que los niños y jóvenes acudan a la escuela en condiciones de obtener el máximo aprovechamiento, en una decisión de cercanía, autoridad, supervisión, respeto y cariño, indispensable en el proceso de adquisición de conocimientos.
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