Es verdaderamente complicado para Felipe Calderón entregar buenas cuentas partidistas, por la percepción ciudadana de que está haciendo las cosas mal en el gobierno, y su efecto natural en el voto, con motivo, primero de los comicios estatales de este año, y posteriormente, con la renovación del gobierno federal y el congreso de la Unión en 2012.
De acuerdo con Mitofski, en su reporte del mes de mayo, relativo a la evaluación del gobierno, en su decimo octava edición, el presidente de la república no ha sido capaz de generar empleo, de superar la pobreza y de reducir la inflación, por tanto, si bien la economía fue desplazada por la inseguridad, como principal problema, los peores rubros en evaluación son precisamente aquellos, los que tocan el bolsillo de las familias.
Democracia, que es una de las cartas fuertes del presidente, no supera la dura crítica, ya que cae cuatro puntos en la evaluación, pese a que aún es del reconocimiento público la tolerancia como uno de los principales atributos de Calderón, con una sensible baja en el reconocimiento de atributos como la honradez, la experiencia para gobernar y la capacidad de resolver problemas.
De hecho, de acuerdo a la empresa encabezada por Roy Campos, al presidente Felipe Calderón solo le creen un 41 por ciento de los encuestados en relación con sus anuncios, el resto, un 59 por ciento duda acerca de sus pronunciamientos.
Es más, sigue creciendo el porcentaje de mexicanos que piensan que no se tienen las riendas del país y que las cosas –irónicamente pese a su tolerancia- se están saliendo de control.
Indudablemente que podrá cuestionarse el método o el sesgo en las preguntas, demeritarse el trabajo realizado por Roy Campos y su equipo; sin embargo, los datos revelan una gran división ciudadana en relación con la conducción presidencial de Felipe Calderón.
La crítica aumenta de tono, percibiéndose un agudizamiento en el norte del país, donde se ha incrementado el nivel de rechazo a las políticas presidenciales (17% más en relación con agosto del 2010), lo que se suma a las mismas condiciones prevalecientes en el centro.
Así las cosas, el presidente Calderón ofrece una catapulta electoral fracturada para su partido, nada halagüeña. Se antoja que poco podrá hacer para ayudar a sus candidatos en las diversas entidades donde se disputan cargos de elección popular –Estado de México, Hidalgo, Coahuila, y Nayarit el tres de julio y Michoacán el trece de noviembre-, más que conservar –con sus claros oscuros- los niveles de votación histórica.
Esta debilidad presidencial provoca crisis inmediatas con el simple anuncio de una declinación de Bravo Mena a favor de Encinas en el Estado de México, una declaración que moviliza al Comité Ejecutivo Nacional y a su líder Gustavo Madero en una negación desesperada, ante una campaña que nunca prendió.
También, genera irrupciones del tamaño de la detención del ex alcalde de Tijuana, Jorge Hank, buscando el efecto mediático en la votación, e incluso, lo lleva a utilizar el discurso agresivo contra los Estados Unidos, tratando de simular un cambio en la política exterior que su gobierno y el de su antecesor han mostrado ante el poderoso vecino del norte.
Es cierto, la crisis de la figura presidencial a nadie beneficia, en un sistema donde el titular del ejecutivo federal debiese predominar: fiel de la balanza democrática, que supera la inmovilidad gubernamental, que propicia consensos, genera gobernabilidad, decide –con las consecuencias políticas naturales-, y no el garete de la alta división y competencia política, que divide, polariza y evita acuerdos, donde todos deciden, pero nadie asume consecuencias.
Hace falta, sin duda, un jefe de gobierno, más que un jefe de partido.
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