Siendo el sexo una parte importante, vital,
en el ser humano, por su alto valor, ha sido –desafortunadamente- objeto de
comercialización desde tiempos inmemoriables.
Los hombres y las mujeres se han prostituido,
mercando con su capacidad sexual. Con el paso del tiempo, esto no fue
suficiente. A la par se ha desarrollado una industria en la exhibición de los
actos sexuales reales y ficticios.
Luego esos actos sexuales han sido
capturados por las herramientas que el avance tecnológico ofrece, primero las
artes plásticas, luego el video y la fotografía. Nace la pornografía moderna.
De acuerdo al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española ,
por pornografía debe entenderse la presentación abierta y cruda del sexo que
busca producir excitación.
Desde un punto de vista de moral pública y
religiosa, estas expresiones han sido censuradas, incluso cuando se trata de
obras de tipo literario y artístico, a las cuales se ha proscrito y restringido
su circulación o exhibición para ciertos auditorios, dejándolo solo para
aquellos que tienen la mayoría de edad, época en la cual las personas, se
supone, tienen la madurez psicológica para responder a estos estímulos de una
manera seria, madura y responsable.
En México la pornografía es regulada por el
Congreso de la Unión
a través de dos leyes, una el Código Penal Federal, y otra, la Ley contra Trata de Personas,
ésta última muy reciente, apenas expedida en 2012.
Se considera a la pornografía como una
forma diversa de explotación sexual. No es solo la exhibición eventual del acto
a menores, sino el posible engaño, abuso o aprovechamiento de una situación de
vulnerabilidad, para obtener las imágenes sexuales, lo que sanciona el Código
Penal Federal y la misma Ley contra Trata.
En el primer caso, se sancionan aquellas
conductas que permiten hacer llegar la pornografía a menores de edad. Dice el
artículo 200, se castigará al que comercie, distribuya, exponga o haga circular
a menores de 18 años, escritos, grabaciones, filmes, fotografías, anuncios
impresos, imágenes u objetos de carácter pornográfico, reales o simulados.
Por ello, las empresas que distribuyen
pornografía están obligadas a ofrecer sus productos con una cubierta y la
leyenda de que se trata de material solo para adultos. El problema es que hay
medios de comunicación impresos que circulan miles de ejemplares sin algún tipo
de carátula, cuando sus contenidos incluyen desnudos parciales o totales, y
textos con descripción de actos sexuales simulados.
Este tipo de publicaciones exhibe
información periodística policíaca, situación que sirve de fachada o pretexto
para escudarse en la libre expresión de las ideas y la libertad de imprenta.
Pero además, los textos e imágenes no resisten una evaluación de tipo científico,
literario o artístico, para encontrar acomodo en las excepciones que el mismo
código punitivo establece.
Esos miles de ejemplares que a diario
circulan lo hacen sin ningún tipo de control, incluso, lo hacen bajo la
autorización de la misma Secretaría de Gobernación Federal, órgano responsable
de regular contenidos.
Obvio que subyace en la pornografía un
problema de trata y explotación. Por ello, la Ley contra Trata es abundante en las distintas
conductas consideradas antijurídicas, y por ello sancionadas con multa y penas
de cárcel. Es de obviedad, también, que muchos de esos ejemplares llegan a
manos de menores de edad.
Estamos frente a una flagrante violación a
leyes vigentes que son ignoradas virtud a un negocio redondo que permite
pingues ganancias ante la mirada ausente de la autoridad. A nivel mundial, en
el 2006, la pornografía era una industria de 97 mil millones de dólares al año.
De ellos, un tercio se obtenía de la pornografía infantil.
Es gravísimo que los medios de comunicación
–alejados de su compromiso social- se vinculen a la publicación de pornografía.
Se trata de un exceso en el ejercicio de un derecho, el de la libre expresión y
ejercicio periodístico, que encuentra franca contradicción con la protección de
la dignidad y adecuado desarrollo de los menores de edad, y la salvaguarda de
la mujer que es utilizada como utilería sexual, que denigra y fortalece
estereotipos de sumisión y abuso.
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